28 MAYO
El gran peligro de
admitir el resentimiento consiste en que a menudo nos conduce a la venganza.
Nos sentimos justificados cuando nos tomamos el desquite y pagamos con la misma
moneda a los que nos han ofendido.
Pero, ¿cómo podría yo
castigar con justicia alguien por lo que me ha hecho, cuando no puedo
comprender sus intenciones ni motivos? Tal vez el daño causado no era
intencional; probablemente somos demasiado quisquillosos, o bien, hemos sufrido a causa de la falta de bondad
de otros.
“Nadie me ha dado el
derecho de castigar a otra persona. Por lo tanto, cualquier intento que yo
realice para desquitarme por una ofensa recibida, sólo me acarreará
infelicidad”.
“En la naturaleza no
hay recompensas ni castigos: hay consecuencias”. Robert G. Ingersoll
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